Recuerdo el cuento en el que había tres porcinos hermanos, cada uno de ellos con sus propias ideas sobre la comodidad, el esfuerzo y el éxito en la vida.
Uno de los hermanos hizo una casa de paja en la que vivir. Le gustaba la inmediatez, aunque era lo suficientemente vago como para que no le importara morar en una casa que era peor que una chabola construida con la basura de un bazar chino. Eso sí, era ideal ideal pa’star de chill co-los panah –perdón por la licencia, empecé a estudiar un curso a distancia para el B1 de reaggeton de la noble escuela de Medellín, aunque no soporto ese foso sin fin de machismo así que lo dejo para aprender Klingon que es mucho más inteligible-.
Luego llegó otro, más preocupado por la sostenibilidad y recicló unos cuantos tableros para formar una casa con una apariencia agradable aunque carente de estructura. Pero eso no importa porque lo que verdaderamente te alimenta es estar en paz con la naturaleza.
Por último, el cerdito aburrido, el que sale poco ya que no quiere gastar todo el dinero en pan para hoy. Ese que día a día, a base de un esfuerzo que se mide en cubos de sufrimiento, consigue ladrillos de calidad y que sacrifica su tiempo para levantar una vivienda a prueba de lobos, rusos y zombis (por si acaso); ese entra a vivir en una casa sólida, confortable en la que dar cobijo seguro a su descendencia.
Estos tres perfiles los podemos extender a la sociedad en la que habemos todo tipo de puercos. Aunque esto no es de ahora, el relato de los tres cerditos fue escrito por James Orchand a finales del siglo XIX. En ese maravilloso cuento el villano, encarnado en forma de lobo para que cualquier iletrado lo pudiera entender, eran las dificultades que la vida nos ofrece; para darnos a entender que o hacemos las cosas con sentido común, esfuerzo y previendo los lógicos golpes con los que nos obsequia la existencia o nos vamos a quedar con una mano delante y otra detrás expuestos a que la vida nos destripe a dentelladas.
Eso era entonces, hoy en día la fábula se ha tornado perversa. En la versión actual y pérfida del cuento también aparecieron los lobos que se fueron como flechas a por los cerditos que habían hecho casas de paja, y claro, eso no es justo. El sistema se volcó con ellos y les quitó los tablones de madera a los cerditos que habían hecho sus casas esforzándose en clavar bien todos los pedazos de madera, viendo como muebles bien lijados, barnizados y decorados acababan formando parte de una empalizada para los gorrinos que continuaban retozando entre la paja protestando porque aquellos muebles no eran de diseño.
Los cerditos que perdieron sus casas de maderas reclamaron, obviamente, pero no recibieron nada más que malas repuestas “Si habéis sido capaces de construir vuestra casa de madera, seguro que lo podéis volver a hacer de nuevo. Sois ingratos e insensibles por quejaros después de que vuestros congéneres están viviendo entre paja”, fue la respuesta del sistema.
Algunos consiguieron rehacer parcialmente sus casas con maderas desechadas por los cerditos de paja que les miraban con sorna, jactándose de lo bien que estaban sin haber tenido que recoger ni un solo tablón. Evidentemente los lobos hicieron estragos entre los que antes habían tenido casa de madera.
Cuando los cánidos volvieron a tener hambre, regresaron al pueblo marrano para tratar de llenar sus panzas. Ya solo quedaban dos tipos de cerditos: los de paja que no se había preocupado en reparar las casas que les habían dado, y los puerquitos que vivían en casas de ladrillo que se sentían seguros porque siempre habían hecho lo que se suponía que había que hacer para tener una vida segura y tranquila. Los cerditos de la madera habían perecido o emigrado.
Los lobos, evidentemente atacaron las casas más endebles, las de madera venida a menos, que se hicieron pedazos al primer soplido. Los cerditos de la paja que allí habitaban suplicaron ayuda inmediatamente y el sistema aceptó sus requerimientos, expropiando la mitad de los ladrillos de las casas de los otros marranitos. De esta forma, los cerditos de la paja tenían la posibilidad de construir algo con lo que estar protegidos y defenderse, pero no sabían cómo hacerlo,
Mientras, los cerditos que habían edificado con ladrillo hicieron lo que pudieron con su menguada porción de teselas: casas más pequeñas, compartiendo espacio con otros cochinos, viviendo peor que antes. Cada vez peor. El sistema recompensó su esfuerzo y sacrificio robándoles. Aún así, algunos tenían la esperanza de rehacerse y volver a vivir bien. Sin embargo, los otros puercos al no saber cómo usar los ladrillos, los usaron como arma arrojadiza. Y así, a adoquinazo limpio sacaron a los cerditos más trabajadores de sus casas para quedárselas y habitar en ellas protestando porque no había derecho a vivir en semejantes pocilgas.
Y colorín colorado la mala leche se me ha acabado.